Cuando tenía 8 años vivía con mis padres en un piso corriente y moliente.
Los viernes solía subir a casa de mis güelitos maternos.
Mis padres encantados se liberan del mocoso por unos dias.
Mis abuelos contentos y yo más.
Todos salíamos ganando.
Win win win.
Ellos vivían en El Pullíu un pequeño pueblo de San Martín del Rey Aurelio en Asturias.
Balón, patinete y libertad.
Todo lo que me faltaba en un piso de 72 metros cuadrados.
Mi abuelo tenía casa con un invernadero y la típica una pumarada asturiana con unas gallinas.
También tenía varias huertas y un sótano lleno de herramientas donde jugaba a ser Macgyver.
Miles de martillazos pegue allí cuando llovia.
Era un niño clava puntas.
Como una maquina.
En este mes de Febrero le recuerdo haciendo los semilleros de tomate en el invernadero.
En aquella época en las tiendas no vendían plantas de tomate como ahora y los semilleros había que hacerlos en casa.
Milio tenía un invernadero hecho por él 100% casero y allí se pasaba grandes ratos en invierno.
Recuerdo cómo colocaba unos caballetes metálicos donde colocaba una bandeja de poliespan reciclada de la pescadería.
En las bandejas echaba la tierra y sembraba sus semillas de tomate.
Como hacia mucho frio , colocaba un radiador de aire para calentar el ambiente y que las semillas germinaran.
Para él eran su trofeo.
Cada viernes a mi llegada me acercaba con él a ver los tomates.
Le ayudaba a regarlos y poco más; tampoco te pienses.
Mira.
No tiene nada de épica la historia.
Pero mi guelito Milio me enseñó muchas cosas que no enseñan en ningún colegio.
¿Porque este rollo?
Me tocaba escribir de tomates.
Y lo recordé a él.
Porque unas semillas pueden dar unos tomates cojonudos.
Pero también generar recuerdos para toda una vida.
Un saludo
Hugo Lago
Pd:Milio era de variedad de tomate Robin además de ser un abuelo cojonudo, que lo sepas.
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